martes, 28 de mayo de 2013

Anochecer en Viena

Cuando la noche cae en Viena, pero no del todo.
Porque el “todo” está aún por llegar.
Es en estos momentos cuando, quizás,
Viena puede ser, por unos instantes,
La ciudad más bella.

A medida que el sol se esconde,
Se esconden también las perdiciones de Viena:
Sus muros, sus mitos, todas sus defensas.
Y salen disparadas sus ausencias, sus secretos.

Viena ya no sueña, porque no sueña
Quien todo lo tuvo.
Pero aún se respira el olor que tenían
Sus sueños, los más oscuros.
Esos que siempre esperan a que anochezca.

Viena se me asemeja entonces a la amada,
Esa que se desnuda ante un hombre
Que sólo ve en ella a la mujer más bella,
Sobre todo, cuando se desnuda…

Cuando ella decide desprenderse de sus ropajes,
De sus joyas y engalanes, para sólo
Durante la noche, volver al mundo de los mortales.
Cuando lo hace lentamente, y en ese tiempo,
Las agujas del reloj se desvanecen,
Como la sal lo hace sobre el mar.

Cuando asoma su piel, aunque apenas
Se atisbe a disfrutar de las curvas y oleajes
Que conforman con sutileza sus hombros y ademanes.
Cuando en ese instante, el hombre es presa de los celos
Porque las telas que ella se va quitando,
Como su corazón, ella las va controlando.

Viena en ese momento, efímero,
Es cuando está más bella.

Porque cuando lo bello, además,
Está desnudo y vulnerable,
Y no necesita, ni brillo deslumbrante,
Ni riqueza, ni ostentosidad…

Esta belleza,
La que se sueña,
La tiene Viena.

…Pero en secreto

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